viernes, 4 de marzo de 2011

NUESTRO PATRIMONIO INDUSTRIAL



San Antón rescata su oficio tradicional


Los vecinos de San Antón, en su afán por recuperar su patrimonio industrial, realizan cada día un viaje al pasado y recuerdan todas las anécdotas que propiciaban la ocupación principal de sus padres, abuelos o amigos, el cañizo.
Orgullosos de ser uno de los centros neurálgicos de la zona que exportaba cañas tanto para construir techos como en forma de escobas a casi toda España, están inmersos en la tarea de recoger todas aquellas herramientas que hacían posible esta labor y cualquier utensilio que esté relacionado con el sector, para llegar a exponerlos «y que tradiciones como esta no se queden en el olvido».
La Asociación de vecinos Plaza Ramonet aprovecha que «muchas de las personas que vivieron de este oficio nos pueden transmitir sus conocimientos y todos los recuerdos que les trae su trabajo», explica el secretario del colectivo, Emeterio Navarro. En esta tarea de documentación, a través de ponerse en contacto con personas que han dedicado toda su vida a trabajar el cañizo, han descubierto que «el 80% de los habitantes del barrio se dedicaba a esto». Asimismo, explica que, alrededor de diez empresarios que, estaban ubicados en las calles del barrio de San Antón, daban trabajo a los vecinos y «llevaban el cañizo por todo el país», explica uno de los que trabajaron en este sector.
Con la aparición de la escayola «este oficio finalmente desapareció en los años 80», sin embargo, varios vecinos cuentan cada uno de los pasos que tenían que realizar con las cañas antes de venderlas, ya que han recuperado muchas de las herramientas que utilizaban.
La época de más trabajo la constituían los primeros meses del año. En enero y febrero «cuando venían los vientos del norte», aclara uno de los vecinos, los trabajadores se acercaban al río y cortaban las cañas. Según comentan, aprovechaban este momento porque las fuertes ventiscas se llevaban las hojas «y así, además de que pesaban menos a la hora de transportarlas, luego costaba menos trabajo cortarlas».
Una vez que habían recolectado kilos y kilos de cañas, llegaba el momento de trabajarlas. Los miembros de la asociación vecinal, como aún eran pequeños cuando este oficio estaba en auge, recuerdan de este proceso el ruido que generaba el corte de la caña. Sin embargo, hombres que dedicaron muchas horas a esta labor, pueden transmitir con detalle la forma de dejarlas listas.
Sentados en una piedra y con la única protección de una plancha de metal colocaba en el muslo, los jornaleros eliminaban todas las hojas de la caña ayudados de una horquilla. Aquellos que vivían de este oficio recuerdan la gran cantidad de cañas que podían pelar en un día. Asimismo explican que no todas éstas eran iguales. Las había de mayor calidad y peor, y cada una de éstas de destinaba a una función determinada. «La mejor era la lisera» explican los vecinos de San Antón. Este tipo de caña se destinaba a fabricar las escobas y a construir los tejados de las casas. En segundo lugar se encontraba el zarzo y por último la techera. Estas dos últimas también se usaban en las fincas de tomates.
Tras dejar completamente lisas las cañas, los jornaleros, pasaban a un banco donde las cortaban en varios trozos porque «de la caña se utilizaba todo», comentan. En este sentido, declaran que un metro diez se destinaba al mango de la escoba, el sobrante era para cañizo y «lo más fino, la punta se la llevaban para los hornos». Más tarde, las cortaban y las separaban en varias cañas, según su grosor, en 3, 4, 6, y 8 partes. Por último las pasaban por los telares, «las iban metiendo y con los pies tejían poco a poco en los talleres que teníamos aquí». Asimismo, recuerdan como también hilaban «a punto de nudo, con las cañas en el suelo y a mano».
Los jornaleros declaran que doce pares y medio de cañas las vendían a un real. Esta cantidad formaba lo que antiguamente llamaban un as.
Con todos estos recuerdos y utensilios, los vecinos quieren que la ciudad entera conozca su patrimonio industrial, por esta razón, pretenden realizar una exposición en el museo San Juan de Dios y piden colaboración al arqueólogo municipal, Emilio Diz, «que ya nos estuvo ayudando al principio, pero que ahora nos dé el último empujón para poder llevar a cabo esta actividad».

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